ME SIENTO OBSERVADA

Me siento observada

Recuerdo con cariño el primer día, cuando después de años de formación y estudio, conseguí ese trabajo. Años aprendiendo algoritmos, teorías y sus demostraciones, cálculo, logarítmica, lenguajes de programación, ofuscación y demás materias para poder demostrar que estaba capacitada para esa tarea.

No penséis que fue fácil. Tuve que pasar 4 entrevistas online, tres exámenes y una entrevista final con cada uno de los jefes de cada uno de los departamentos a los cuales iba a tener que ayudar en sus misiones secretas y desarrollos.

Durante mucho tiempo me tuvieron revisando códigos antiguos que ya habían utilizado para ver si daba la talla. En el primero de ellos, sólo tardé 10 minutos en encontrar el error que habían introducido, pensaron que era suerte pero yo sabía que tanto esfuerzo no había sido en vano.

Gracias a mis padres y a la inteligencia artificial que me cuidó de niña, yo no veía lineas de programación, ni arrays, ni siquiera los objetos. Era curioso porque yo lo describía como esa película de los 90 que tuvo tanto éxito, Matrix, en la que los humanos vivían en un mundo digital y su protagonista Neo era capaz de abstraerse y ver el código funcionando. Ésa era la sensación que yo tenía.

Por eso me resultaba tan sencillo encontrar errores, miraba el código y si había algo extraño se iluminaba. No tenía que esforzarme. Era algo innato que complementé con todos los estudios que comenté antes. Mientras más conocimiento adquiría, más fácil me resultaba.

Fueron muchas pruebas hasta que confiaron en mí. Meses descubriendo errores uno tras otro sin fallar. No os voy a mentir, se me da realmente bien.

Después de esta formación, me dejaron empezar a desarrollar mis propios sistema de cifrado y ofuscación que se usaron posteriormente en muchos campos, no sólo militares. En agricultura, ganadería, alimentación… Incluso en hostelería tenía aplicación el código que desarrollaba.

Me encantaba mi trabajo. Lo mejor era que no tenía compañeros físicos, todas mis relaciones eran mediante reuniones virtuales y eso me permitía estar en cualquier parte del mundo que me apeteciera mientras tuviera una conexión a internet. Recibía mi sueldo cada mes, una carta de felicitación cada cumpleaños y una paga de beneficios al final de año.

Como mi trabajo era confidencial, creé un sistema de comunicaciones totalmente seguro que después se implementó en algunos gobiernos de los que no os puedo contar nada porque todavía lo usan y no quiero tener problemas legales.

La vida nómada es muy interesante siempre que tengas claro que no puedes crear relaciones duraderas, ya sean amistosas o amorosas. Es doloroso y a la vez excitante el irte de una ciudad o país sabiendo que siempre podrás volver y encontrar alguien con quien hablar o tomar un café. Doloroso por lo que dejas y excitante por lo que vas a descubrir.

Entre el trabajo y los viajes los años fueron pasando. Nunca tuve claro dónde establecerme o con quién debía pasar el resto de mi vida. Creo que esa capacidad que me había proporcionado el dinero para poder vivir, también funcionaba en mi día a día y me alertaba de los fallos de las personas y los lugares por los que pasaba. Una era una hipocondríaca, otro era egoísta, en una ciudad iban a subir los impuestos, ese pueblecito iba a ser arrollado por un Tsunami y así una y otra vez.

Cuando ya rozaba los 40 años encontré una casa que me encantaba, rodeada de viñedos, cerca de la playa y con una espectacular conexión a internet mediante satélite.

Tenía una vida sencilla y tranquila. Mis vecinos no tenían ni idea de lo que hacía aparte de cuidar de mis árboles frutales y mis animales. Sabían que me dedicaba a algo más tecnológico porque siempre me traían tablets y ordenadores para que se los arreglara.

Los años más dulces de mi vida.

¿No os habéis preguntado por qué os hablo en pasado?

Tenía una gata. De ésas que te despiertan por la mañana, te traen animales muertos a casa, se arrullan en tus piernas, te miran con gestos de superioridad desde lejos y te tiran las tazas al suelo.

Yo la llamaba Sabionda porque parecía que realmente te iba a hablar en cualquier momento y darte su opinión sobre el almuerzo o el libro que estabas leyendo.

Me Siento observada

No paraba de rondarme cuando trabajaba, siempre estaba en mi regazo cuando programaba y acostada en el sofá cuando escribía en mi pizarra. Parecía que leía las formulas, me reía mucho cuando, a veces, me sorprendía a mí misma explicándole las razones de usar una teoría u otra. Al final, se convirtió en hábito que me ayudaba a avanzar.

Las dos pasábamos los días cuidando los animales, los árboles frutales y mis proyectos alrededor del mundo.

Un día recibo una videollamada de uno de mis jefes de proyecto para anunciarme que el presidente de la compañía y el jefe de seguridad querían reunirse conmigo físicamente. Me resultó muy extraño porque normalmente no tenía relación con el alto mando.

El día de la reunión apareció un helicóptero autónomo en casa y me llevó a una localización que no conocía. Sé que era Centro Europa porque tardamos varias horas en llegar, pero tengo que reconocer que entre el champang, las vistas y las exquisiteces que había para picar casi ni me dí cuenta.

Entre montañas y árboles aterrizamos al lado de una preciosa cabaña de madera y cristal con unos hermosos ventanales para apreciar el valle que tenía justo a los pies.

Salieron a recibirme ellos dos, sólo estábamos nosotros tres en el edificio. Todo el servicio eran los robots humanoides más avanzados que había visto nunca, todo estaba domotizado y se comunicaban entre ellos mediante una red privada en la que yo había diseñado el protocolo de seguridad.

Después de las presentaciones y de felicitarme por mis servicios, me enseñaron todo lo que ofrecía la casa y que todo formaba parte de los productos que ofrecía la empresa para la que trabajábamos los tres. Se notaba que estábamos orgulloso de pertenecer a ella y nos gustaba hablar de que lo hacíamos.

Después de la comida, de hablar del pasado y del presente, tocaba hablar de futuro y aquí fue cuando se conoció la razón de la reunión secreta.

Después de más de 20 años diseñando protocolos, software y diferentes sistemas de seguridad, un grupo de hackers desconocidos habían encontrado una brecha en el sistema de guiado de cosechadoras inteligentes que había entregado el año pasado.

En ese momento, les pregunté si hacía falta tanto secretismo por esa tontería. Y resultó que sí era necesario porque sospechaban que esos mismos hackers habían conseguido colarse en mis sistemas.

Me tuve que controlar porque era algo imposible. Los ordenadores que uso para crear sistemas se seguridad no están conectados a ninguna red y tienen 3 sistemas distintos de identificación: Facial, digital y neuronal. Básicamente, no encendían si no era yo la que había pulsado el botón, mirado a la cámara y dado el visto bueno un chip inalámbrico que se se conecta directamente con otro que llevo instalado en mi cerebelo.

Además de que tampoco podrían leer los archivos porque están codificados mediante el ordenador cuántico que tengo para los cálculos de alto rendimiento. La única forma de poder acceder a ellos es que fueran yo y evidentemente no lo eran.

Cuando terminé de darle las explicaciones correspondientes y ponernos serios, llegamos a la conclusión de que habían tenido suerte. Dimos por finalizada la reunión y me devolvieron a casa. La vuelta no fue tan interesante porque aunque pensé que era imposible, había algo que no acababa de cuadrar.

Fue entrar a casa y Sabionda se me acercó a las piernas. No paraba de rozarse conmigo para demostrarme su cariño y decirme sin decirlo que la cogiera. Sin pensarlo la subí a mis brazos y me senté en el sofá.

No sé por qué se me pasó por la cabeza que sólo podía ser la gata quien pudiera estar sacando datos de casa. Si yo no era, el único otro ser que estaba mientras programaba o pensaba era ella.

Decidí hacer una prueba. Era sencilla, me levanté, limpié la pizarra y empecé a escribir ideas de cómo esconder un paquete de la comida preferida de Sabionda de forma aleatoria en una fila de objetos ocultos por una sábana. Hablaba en voz alta, hacía gráficos y tecleaba como una posesa en uno de mis ordenadores secretos.

La gata como siempre me observaba desde el sofá o se acoplaba en mi regazo, nada fuera de lo normal. Terminé mi programa, eché a la gata del despacho, lo ejecuté para ver cuál era el resultado. Me mostró en pantalla cómo debería de organizar la fila. En ese momento, me levanté, fui al salón y monté todo el tinglado.

Sabionda entró en el salón y fue directa a por su paquete. Era el 48 de la fila, ella lo sabía. Era imposible, lo había esterilizado. No emitía ningún olor ni por supuesto no se veía debajo de la sábana.

¿Cómo había podido averiguar dónde estaba sin dudarlo? Algo se me escapaba y no estaba acostumbrada a que algo así pasara.

Sabionda un día apareció por casa y se quedó. Comencé a alimentarla, otro día la lavé, otro le puse un collar y sin darme cuenta tenía una mascota. Fue algo natural y sencillo.

Hice otro prueba, el ordenador me dio otra posición, repetí el proceso y volvió a acertar a la primera. Empecé a mirarla de otra manera. ¿Me estaré volviendo loca? ¿Cómo un gato va ser capaz de resolver un sistema complejo de ordenación? ¿Cómo iba a tener la misma capacidad que un ordenador de última generación equipado con lo mejor que podía ofrecer el mercado actualmente?

Me fui a dormir, era demasiada información para un día y estaba cansada. A la mañana siguiente, llamé a mi jefe y pedí una excedencia en mi trabajo. No tenía nada pendiente y podían derivar los próximos proyectos a otros compañeros.

Durante semanas no volví a tocar un ordenador, ni un móvil siquiera. Tenía que averiguar si mis sospechas eran reales y tenía una espía peluda en casa.

No sabía la manera de hacerlo porque no podía amarrarla a una silla e interrogarla. Era un minino, no hablaba, o por lo menos no como los humanos. Maullaba, arrumacos, algún bufido pero poco más.

Algo tenía que hacer, sin pensar un día le pregunté: ¿Cómo lo haces? ¿Cómo le pasas información al grupo de piratas informáticos?

Se irguió sobre sus patas traseras, me miró y dijo: ¿Por qué piensas que no soy capaz de interpretar tus programas? ¿Por ser una gata? Aunque no lo sepas, lleváis milenios trabajando para nosotros y tú eres una herramienta más.

Me froté los ojos, me limpié los oídos y volví a mirar a Sabionda. No puede ser, me acaba de hablar. ¿El vino de la comida era más fuerte de lo normal? ¿Me habré pasado con los antihistamínicos?

Me volvió a mirar con sus enormes ojos y mis oídos escucharon: “Nuestro momento se acerca y piensa de qué lado quieres estar”. Se dio la vuelta y salió por la puerta meneando el rabo como si no pasara nada.

Me senté en la cocina. ¿Realmente ha pasado lo que acaba de pasar? Empecé a recordar momentos de Sabionda, como me miraba, la mirada fija en la pantalla del ordenador y la pizarra.

Es imposible, ¿una gata que habla que es una experta en informática y criptografía con conocimientos avanzados de matemáticas y física que se había colado en casa y además forma parte de un conglomerado gatuno para dominar el mundo?

Mi cabeza no daba para más, no volví a mirar los gatos de la misma manera. El mundo había cambiado para siempre y no fui capaz de asimilarlo.

Han sido años de tratamiento alejada de animales y tecnología para poder escribir estas líneas. Ahora gracias al sistema internacional de integración de humanos al nuevo orden mundial gatuno sé cuál es mi sitio en la sociedad.

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